Estoy bastante de acuerdo con lo que has expuesto, tan solo quisiera matizar un punto.Luis Miguel Palacio escribió: En el caso de la espada y contando desde la edad media, yo me inclino a pensar que el fiel de la balanza se inclina al segundo caso: por ejemplo, no creo que las espadas de mano y media de hoja triangular optimizadas para el combate contra armadura surgieran por "selección natural", sino que su aparición se debe más a un proceso de "especulación científica". Y con las técnicas adecuadas a dicha tipología podría haber sucedido algo similar: sobre la base de los conocimientos del uso de la espada de una mano, se conservaron las técnicas que también eran eficaces con la nueva tipología, se adaptaron las que requerían retoques, se abandonaron las que no eran eficientes y surgieron otras exclusivas del arma. Un proceso tan gradual como lo fué la evolución de las distintas tipologías.
La capacidad para crear conceptos abstractos nos permite comprender complejos procesos de manera global, pero también creo que puede inducirnos a errores. Uno de ellos es el de las simplificaciones. Otro de ellos es que, a causa de la propia ambigüedad que siempre genera lo abstracto, se puede acabar atribuyendo a determinados procesos de la antigüedad unas pautas de funcionamiento similares a las que se dan en la sociedad moderna.
Una afirmación como, por ejemplo, “los europeos desarrollaron a partir de finales del siglo XIII las espadas de mano y media”, puede inducir a error. Pues puede sugerir la existencia, dentro de una determinada sociedad, de una especie de “mentalidad colectiva” que, de forma deliberada, realiza una serie de decisiones, lo que finalmente generaría una serie de procesos tecnológicos. Sin embargo, nuestra visión de conjunto de estos procesos no debe empañar nuestra percepción sobre la causas que posibilitaron los mismos, que obedecen a cuestiones inerciales y coyunturales dentro de una sociedad.
El término espada procede del latín spatha. Desde el siglo III d.C. hasta el siglo XVII esta palabra (o sus derivados) fue utilizada para definir a un arma compuesta por una hoja metálica afilada y una empuñadura para asirla. Es decir, que un visigodo del siglo V llamaba spatha a su espada de tipo tardorromano y un hidalgo del XVII también llamaba de igual forma a su ropera. Ambos sujetos no eran conscientes de la evolución tecnológica que se había dado en el arma que tenían entre manos. De hecho, cuando en los códices del XV se dibujaban a los legionarios de Julio César se les vestía con sallet, espada bastarda y armadura gótica.
En mi opinión, al ser la fabricación de armas en la Edad Media un proceso artesanal y de encargo (aunque no tanto ya en el siglo XV), el diseño de las mismas respondía al gusto del consumidor, al ser objetos realizados según las especificaciones que daba cada comprador. Y esto implica que no todos los usuarios del armamento debían de tener unos conocimientos serios sobre esgrima, ni habrían estudiado de forma seria los aspectos funcionales y la efectividad de las armas que encargaban. Seguramente se dejasen llevar por lo que era de uso común en el momento. Por otro lado, también habría artesanos de muy distinto pelaje y habilidad, aunque existieran los gremios, ya a finales de la EM.
Es decir, que desde mi punto de vista, desde finales del XIII comenzó a existir la “moda” de utilizar espadas que eventualmente también se pudieran usar con dos manos. Con el tiempo, y a medida que se extendían las protecciones de placas rígidas sobre la loriga de malla o escamas, esta moda fue cobrando importancia, al necesitarse, por un lado, cada vez más potencia en los golpes para vulnerar estas protecciones y a que, por otro, precisamente a causa de ello cada vez se contaba con mayores garantías a la hora de combatir sin escudo. Esto haría (desde mi punto de vista) que ciertas técnicas que con una espada de una mano no eran del todo efectivas, se empleasen más, o que se desarrollaran otras nuevas, ante las posibilidades que se le iban descubriendo al arma. Es decir, que, por ejemplo, poco a poco se dieron cuenta de las posibilidades que se contaba en una espada de mano y media para jugar con el efecto palanca y así se irían haciendo las empuñaduras cada vez más largas, desarrollando nuevas técnicas, etc.
En mi opinión, dada la indisoluble relación entre la morfología de un arma y su funcionalidad, existe una retroalimentación entre ambos aspectos. Es decir, que plantearse si una es una derivación de la otra o a la inversa es como aquello del “¿qué fue antes, la gallina o el huevo?”.
Para mí, el punto de vista de una persona de la época, por lo menos hasta el siglo XV, a la hora de escoger un arma debía de ser el de utilizar aquella con la que se sentía más cómodo, le resultaba más propicia para su sistema de lucha o para una situación en concreto. O elegiría simplemente entre una espada “pasada de moda” y una “moderna”.
Esto puede parecer absurdo, pero en muchas sociedades se ha dado el caso de que, inexplicablemente, pese a tener conocimiento de la existencia de un recurso tecnológico, no se hace uso de él. Un ejemplo es la tardía difusión entre el ejército francés e inglés de las armas de fuego, cuando en España se llevaban décadas empleándose de forma más o menos masiva.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que el desarrollo de una sociedad cada vez más urbana, el nacimiento de la imprenta, la mejora de los medios de comunicación y, en definitiva, la mayor transmisión de ideas entre personas a partir del Renacimiento posiblemente cambiaría bastante lo que he expuesto.
Un saludo,