Aunque las películas la hayan hecho muy espectaculares, la arenga de las tropas no es hollywoodiense, sino un tema épico y serio desde tiempos inmemoriales. En muchos puntos es hasta artísitico, ya que algunos generales han demostrado verdadero talento lírico en sus discursos militares. A los hombres que van a enfrentarse a la muerte siempre es conveniente darles ánimo y hacer que sus pensamientos se alejen de la perocupación inmediata de su propia supervivencia y ponerles delante un objetivo común que les haga reaccionar con bravura. Es una habilidad importantísima en un mando con tropas a su cargo, sea de la época que sea, y tenga el rango que tenga. Y aunque muy bien comentaba Alberto Carnicero que la lealtad y cohesión de las tropas no se forja en el último momento, tampoco es menos cierto que unas frases bien hilvanadas del lider dando confianza próxima ya la batalla obran a veces milagros.
No tengo datos que me hagan pensar que en la antigüedad se hiciera uso de ningún sistema para hacer llegar las palabras a todos los presentes en el campo de batalla antes de una confrontación. De todas formas, aunque es la más famosa la arenga de los momentos antes del combate, los comandantes solían pasar revista a las tropas y hacer decenas de comentarios por las distintas unidades conforme les revista, y esas son realmente las arengas más importantes. Muchas de ellas han quedado registrados por los cronistas y algunas, por sorprendentes, líricas o ingeniosas, arrastran la duda de si fue o no dicho realmente por el general o fue una "licencia poética" del cronista. Plutarco en "Vida de Fabio Maximo" cuenta que un general llamado Giscón dice ante Aníbal con preocupación al ver en Cannas las legiones romanas: "¡Nunca imaginé que serían tantos!" a lo que Aníbal contesta "Sí, pero ninguno se llama como tú" provocando la risa y la distensión. Esta tiene todas las papeletas para ser inventada, por ejemplo.
La Universidad de Extremadura hizo en 2006 un congreso sobre el tema. Pero estoy seguro de que puedes escribir una consulta a alguno de los doctores involucrados en la investigación (uno de ellos es Francisco García Fitz, autor medievalista nombrado más de una vez por este foro por lo excelente de sus trabajos):
http://www.unex.es/unex/catalogo_grupos ... personas=1
Lamentáblemente no pude asistir al congreso, pero uno de los investigadores (David Carmona Centeno) tiene publicado un interesante documento que tienes disponible en PDF aquí mismo:
http://dialnet.unirioja.es/servlet/fich ... rden=79128
Échale un vistazo y te deja una idea más o menos clara del tema, al menos en la antigüedad. Te advierto que estudia el tema desde un punto de vista lingüístico y estilístico, pero es interesante de todas maneras.
Y para terminar, una cita de una novela de David Anthony Durham:
"Ya hacía horas que Magón se había levantado cuando se reunió con Aníbal y un contingente de sus generales a caballo en lo alto de la colina de Cannas para observar juntos a los ejércitos que se congregaban en la amplia llanura. Lo que se les aproximaba no se parecía en nada a lo que ninguno de ellos se había imaginado. Magón había aprendido de su hermano a estimar el número aproximado de hombres mediante pistas visuales, a sopesar en una balanza interna la densidad de las tropas y la superficie que ocupaban, y a tener en cuenta ls distancia para los cómputos. Pero la cantiudad de romanos que en aquellos momentos tenía delante superaba todos sus cálculos. ¿Ochenta mil? ¿Noventa mil? ¿Cien mil? Resultaba imposible contarlos, y cualquier número exacto habría parecido arbitrario. Lo que importaba era que el frente de los romanos se extendía hasta llenar el campo entero, tan amplio que incluso al mejor de los mensajeros le habría amilanado la perspectiva de tener que correr de un extremo al otro. La formación era totalmente uniforme, sin que ninguna de sus partes se quedara atrás ni precediera a las demás. Aquello ya era bastante formidable, pero lo que realmente lo dejó atónito fue el grueso de las filas que se aproximaban columna tras columna sin que se viera el final, y se perdían entre el polvo y en la distancia hasta dar la impresión de que aparecían de entre la bruma, como un ejército surgido del propio paisaje.
- El viento les da en los ojos - dijo Aníbal. Una simple afirmación que fue recibida con movimientos de cabeza y algunos gruñidos. - Y el sol los deslumbra más que a nosotros. Me gusta esta ventaja.
La calma de su hermano no dejaba de sorprender a Magón, y al mirarlo se sintió animado por su seguridad. Si Aníbal creía que iban a ganar aquella contienda, ¿quién era él para ponerlo en duda? El día anterior, el comandante había presentado sus múltiples estrategias con una confianza tranquila y razonada, e incluso cuando propuso las más impensables maniobras, estas sonaron como un testimonio dado después de los acontecimientos y no como un plan sugerido con anterioridad. Había trazado la línea arqueada que tenían que adoptar las filas, un frente convexo formado en su totalidad por galos y que encabezarían Magón y el mismísimo Aníbal; era la formación con la que este último tenía intención de enfrentarse a las primeras líneas enemigas.
- Debemos evitar que se rompa esa medialuna - había dicho. - No podemos dejar que se quiebre, sino lograr una lenta retirada, tan cuidadosa que engañe a los romanos y crean que están ganando. Y tan gradual que los galos no se asusten y huyan.
Cuando Magón preguntó si los galos no se rebelarían en contra de ser enviados a una matanza, Aníbal respondió:
- No comprendes la mente celta, hermano. Esta gente no concibe el mundo de la misma manera que tú o yo. Piensa que para ellos la creación es un equilibrio entre dos mundos, y están convencidos de que la muerte en este significa el renacimiento en el otro. Por eso lloran la venida de un recién nacido y celebrarán el fallecimiento de ese mismo hombre cuando se produzca. No tienen miedo de morir mañana, correrán hacia la muerte sin dudarlo.
Magón había jurado que haría todo lo que Aníbal ordenara pero, tras una noche de insomnio, la inmensidad de los desafíos que planteaba la jornada lo dejó sobrecogido. Hasta la nube de polvo que los romanos levantaban a su paso lo llenó de horror. Era una enorme sombra marrón que se alzaba hacia los cielos y se extendía tan lejos que casi oscurecía el horizonte.
- Míralos - dijo con un tenso temblor en la voz, como el de quien ha recbido un puñetazo en el abdomen y, aun así, intenta hablar a pesar del dolor producido por el golpe. - Nunca imaginé que serían tantos.
- Sí, son muchos, pero ninguno de ellos es mi hermano. Ninguno se llama Magón.
Los demás se rieron, pero la mente de Magón tardó un poco en filtrar aquella fría afirmación y poner de manifiesto su humor.
Monómaco fue el primero en responder con voz seca, sin dar muestras de que hablaba en broma.
- Entre ellos no hay muchos que coman carne humana - dijo.
- Y lo que es más - añadió Mahárbal -, no están a las órdenes de un hombre llamado Aníbal. Estoy seguro de que este hecho les preocupa.
- Y, a menos que esté equivocado - dijo por último Bóstar -, entre sus filas no se cuenta ningún Bomílcar, ningún Himilco, ni siquiera un Giscón o un Bárcida, ni uno solo que rece a Baal o a Melkart, nadie que saliera de entre los muslos de una madre africana. La verdad es que nunca he visto tantos hombres desafortunados reunidos en un mismo lugar.
La severa expresión de Aníbal dio paso a una sonrisa.
- Entiendo tu asombro, Magón, y comprendo lo que quieres decir: tendríamos que haber proporcionado dos espadas a cada soldado, una para cada mano, para que la matanza fuera más rápida."
A pesar de ser una novela y que presenta una situación concreta inventada basada en un hecho histórico, puedes detectar en esta lectura lo que subyace: hombres inseguros ante lo que se les avecina confortados por el líder con sus comentarios.